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  LOS HERMANOS EMILIOZZI

Dos gringos que hicieron historia

Imposible empezar este resumen hablando de una fecha de nacimiento. Porque los “Gringos”, - o todo lo que ellos representan- no tienen una fecha de nacimiento cierta. Pertenecieron a una raza de mecánicos que sin tiempo ni especio, ocuparon una atmósfera vital de las ciudades argentinas, rellenando con sabiduría e ingenio los agujeros que el desabastecimiento generaba. Así pudo seguir funcionando y progresando nuestro remoto país. Había que arreglar lo que estaba roto y sino, fabricarlo “nuevo”. Con autógena, torno y mucha capacidad e inventiva. De cambiar la pieza rota por una nueva ni hablar.
De esta manera se forjó –sobre todo en el interior-esta camada de genios con manos engrasadas, que pasados a la competición, fraguaron una de las más generosas y románticas épocas de nuestro automovilismo de competición.
Los “Gringos” de Olavaria comenzaron como muchos, pasando horas y horas remendando fierros en un oscuro taller, solamente alumbrado por el viejo portón del frente.
También como tantos otros, se sintieron atraídos por eso de hacer andar rápido un auto. Y fueron seguramente quienes mejor comprendieron desde el empirismo de un modesto taller, como había que hacer para que esto se concretara en realidad.
Fueron siempre un sinónimo de velocidad, de asombro, de metas conquistadas que hasta ayer parecían imposibles. Una palabra esta última que seguramente no existió en el diccionario que su venerado padre les enseñó de chicos. Con trabajo dedicación y esmero, todo lo que uno se propone es factible de ser alcanzado. Pero quizás se olvidó de un detalle esencial, capacidad. Por suerte para ellos y para los amantes de los fierros, ese elemento les sobraba.
Así no fue extraño que en el humilde taller de la calle Necochea, se gestara una obra maestra de la ingeniería casera. Un motor Ford 59AB con válvulas a la cabeza. La Fórmula Libre de aquellos tiempos lo permitía, y tanto Dante como Torcuato no querían dar ventaja. Si se podía usar pero no existía, ellos lo fabricarían.
Primero con desdén, luego con asombro y finalmente con admiración, los escépticos y los entendidos de siempre, tuvieron que inclinar la cabeza ante la realidad que estaba ante sus ojos. El motor, la criatura que tanto tiempo y trabajo insumió para su gestación, vivía, bramaba y pedía a gritos salir a demostrar todo lo que era capaz. Y vaya si era capaz de generar cosas, que hasta un cambio en el reglamentación de la categoría hubo de fabricar.
Les costó mucho tiempo a los gringos, ganarse un lugar y llegar a ser respetados por el resto. Le costó demostrar lo que su trabajo valía primordialmente por la falta de recursos económicos. El famoso “hecho a pulmón” nunca estuvo tan bien aplicado como en este caso. Cuando pudieron demostrar que su motor era en serio, se los comenzó a criticar por su manejo. Siempre se les buscó algo. Pero los que saben de verdad, ese público que con su generosa sapiencia tribunera siempre premia a los mejores, los convirtió en ídolos por años.
Y fueron los grandes rivales de los Gálvez, cuando eran los Ford los que contaban para la lucha por la punta. Ellos eran el mejor referente a la hora de hacer comparaciones. Comparaciones que por otra parte, debieron soportar en toda su campaña, porque nacieron en la competición con la generación de los Gálvez, Musso, Marcilla, Taddía, Lo Valvo y tantos otros pioneros. Luego debieron enfrentarse con la generación de los velocistas que nació con los Ciani, Petrini, Logulo, Caparrós, Garavaglia y Risatti. Finalmente terminaron defendiéndose de los jóvenes, que querían ganarle a los mejores – a ellos obvio-tales como los Cupeiro, Casá, Bordeu, Copello, Perkins, Pairetti, Di Palma….
Ganaron y perdieron alternativamente, pero cuando les tocaba esta última opción. Quedaba siempre en claro quién era el más veloz. Sus abandonos no eran en otro lugar que no fuera la punta.
Marcaron una época con el “eso no es un Turismo Carretera, es un tractor supersónico” que salio de labios de Tito Rebagliatti, o el no menos famoso llamado desde el aire para decir “se nos escapan, no los podemos alcanzar con el avión a los hermanos Emiliozzi”

Un motor increíble

Seguramente debió haberlo sido. Porque no solo era más veloz que el resto de sus congéneres, sino que debía arrastrar uno de los autos más altos y con menor coeficiente de penetración que tenía la categoría; la famosa “Galera”
Su apodo no era fortuito, enorme y elegante, cuadrada e impactante, así era ella. Uno no sabía si criticarla o admirarla. Pero su paso era siempre esperado por todo el mundo. Miles de personas iban a las carreras solamente para ver pasar a los Emiliozzi y su “Galera”. Marcaron evidentemente toda una época.
Pero-¿Cuál era la ciencia para que semejante dinosaurio- dicho con el mayor de los respetos-caminara tan fuerte? ¿Cuál era el secreto que albergaba ese V8, para sonar tan parejo y poder hacer volar tan bajito a esa desproporcionada cupe?
Si hasta se dio el lujo de disputar algunas carreras con rodados más grandes, o con multiplicaciones más altas. Y sin embargo su velocidad era siempre mayor que las demás ¿Dónde salía tanta diferencia de caballaje? ¿Por qué a menos revoluciones que otros entregaba más HP? El secreto estuvo siempre en el llenado. Los Emiliozzi consiguieron mejor que nadie, darle de comer bien al gordito del 59AB. Siempre consiguieron llenar adecuadamente los 8 cilindros para que estos se sintieran plenos. Eso, más algunos “secretitos” como un regule del avance al encendido, que servía par mantener bajo cualquier circunstancia el mejor compromiso en la ignición, hicieron que el mito de invencibilidad de los Emiliozzi en las rectas fuera una realidad.
Una realidad que los llevó a forjar cuatro campeonatos seguidos y vencer en un último y titánico esfuerzo al progreso y la juventud encarnados en Jorge Cupeiro y su Chevitú.
Durante los años que siguieron, los acelerados avances técnicos arrollaron la capacidad de reacción de los “Gringos”. Se perdieron en un laberinto de cambios que los hacía llegar siempre un paso atrás de los demás. Cuando por fin la fábrica Ford quiso reconocer su capacidad motorística, ofreciéndole el auto más adelantado de la categoría para arrasar con todo, el Halcón de Pronillo se prendió fuego y casi se lleva la vida de Dante y de Octavio Sabattini, quien reemplazaba a Torcuato en la butaca derecha.
No obstante, su retiro forzoso, nos dejó una idea cabal de lo que fue. Con 54 años sobre sus espaldas, a Dante le alcanzó para clasificarse sub campeón de la categoría y le sobró para seguir dándole guerra a una generación hambrienta de fama.

Breve Historia

Los Emiliozzi ganaron por primera vez el 24 de Mayo 1953, con su famoso válvulas a la cabeza. A partir de ahí alternando triunfos con abandonos, llegaron a vencer nada menos que en 42 competencias, siendo cuartos en todo el historial de la categoría. Vencieron además en 11 etapas de GP. Fueron campeones en el ´62. ´63, ´64 y ´65 y sub campeones en el ´69, año de su retiro. Tienen el honor de ser los primeros que superaron la barrera de los 200 Km. /h de promedio par una competencia completa. Cuando en la vuelta de Necochea del ´63 promediaron 203.526 Km. /h



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