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  ANÉCDOTAS A 200 POR HORA
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ANÉCDOTAS A 200 POR HORA


La picardía de Juan Gálvez

Quizás hubo mecánico superior a Oscar: en ese caso debió haber sido su hermano Juan. Allí dónde Oscar derrochaba improvisación, Juancito lo aventajaba en meticulosidad. Aunque se guardaba también algunos ases: los Gálvez no corrían con mameluco sino con pantalón y camisa, “porque si se incendiaba el coche nos podíamos sacar enseguida la ropa”. Se corría el Gran Premio de TC de 1956, y la primera etapa estipulaba una neutralización en Pehuajó, pocos kilómetros antes del ingreso a la tierra. Juan había recorrido la ruta del Gran Premio con anterioridad y dispuso un auxilio precisamente en la encrucijada en la que desaparecía el asfalto.

 

Cuando los punteros –Juan y Cía- llegaron a Pehuajó, ya llovía. Se estipulaban tres horas de neutralización, aguardando la alborada, pero la lluvia estiró la espera una hora más. Eso le dio tiempo a Juan para hacerse una escapada, en un auto particular, hasta la bajada a la tierra, para ver en qué clase de barro se había convertido la senda.

 

Los rivales lo esperaron tranquilos: cuando Juan regresara, comprobaría qué gomas ponía para afrontar el tramo; si había que usar las pantaneras o bastaba nomás con las lisas. Juan retornó y puso lisas. Todo el mundo lo copió. Sin embargo, cuando arribó a la bajada a la tierra, allí estaba su auxilio esperándolo con cuatro pantaneras... y los demás habían caído en el engaño. Por Pellegrini, a 130 kilómetros de Pehuajó, Juan le llevaba 21 minutos a Oscar; en Santa Rosa, la ventaja ya era de 51 minutos sobre Félix Peduzzi, que terminó la etapa a una hora y diez minutos del ganador.

 

Aquella vez, Juan hizo, al decir del experto en los Gálvez, Guillermo Blanco, “la de Garrincha: amagó salir para un lado, y salió para el otro”.



Una auténtica chiquilinada
 
 
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Roberto Mouras siempre creyó que la carrera de su vida había sido el Gran Premio del Llano, en setiembre de 1976, que gozó de una resolución épica: el Toro de Carlos Casares había perdido la primera etapa por casi dos minutos, y terminó ganando por una ventaja similar, venciendo al poderoso equipo Ford oficial. Por supuesto, casi la pierde, a causa de una auténtica chiquilinada...

Nadie imaginaba que, a esa altura del año, una masa de aire polar coparía el cielo del sur de Córdoba. La lluvia transformó la tierra en barro, y el frío cambió el agua por nieve. El sábado, Mouras termina cuarto la primera etapa, a causa de una pinchadura, y por la tarde, va con su acompañante, Jorge Pedersoli, a recorrer un tramo de la segunda etapa, cuyo recorrido se había alterado. (Traverso no; se la explicará Gradassi más tarde).

Mientras recorren el tramo novedoso, cae una repentina nevada. Mouras y Pedersoli detienen el auto antes de una curva y se entretienen un rato jugando con la nieve... Al rato continúan. El Toro se juega la vida en la etapa final. A causa del frío, los carburadores se congelan. “Los nuestros no –bromeaba Herceg- porque tenían calefacción y baño privado...”.
 
Pedersoli bombea más nafta con una bomba auxiliar mientras va cantando las curvas. Hasta que, en una, canta la referencia equivocada.
 
El Chevrolet termina contra el alambrado. “Era la misma curva en la que, un día antes, habíamos parado a jugar con la nieve –acepta hoy Pedersoli- Tan entusiasmado estaba con la novedad, que me olvidé de anotarla en la hoja de ruta... así que al llegar le canté la siguiente... Roberto me perdió la confianza y dejó de hacerme caso”. Habrían perdido la carrera de no haber sido por la garra del piloto de Carlos Casares, y por la “comodidad” de Traverso, que al llegar a la curva, que no había visto el día anterior, dijo: -Oia... la pintaron de blanco.
 
Cuando se dio cuenta de que era nieve, estaba fuera. “Cuando llegamos al parque cerrado, nadie sabía quién había ganado –remata Pedersoli- Entonces le preguntamos a Gradassi”. -Me parece que la ganaron ustedes. (“Ese fue el único Gran Premio que perdimos como equipo” subraya hoy Herceg).
Los mecanicos del equipo oficial Chevrolet meten mano en el chasis del auto de Roberto Mouras


Los hermanos Emiliozzi y el Ruso Falik

Nada reemplazó en el corazón de los hinchas el amor por los hermanos Gálvez; a lo sumo, hubo un rincón adicional para otra pareja de hermanos, Dante y Torcuato Emiliozzi, que se lo trabajaron con tesón y sacrificio. Aunque casi no lo intentan...

 

Dante y Torcuato se habían cansado de ganar carreras de Ford T en los ’40 y vendieron los autos “porque estábamos cansados”, decían. Sin embargo, un corredor de TC llamado Jacobo Falik los convenció para que les prepararan su auto. Fue una rara decisión, porque los Emiliozzi y Falik no congeniaban:

 

“Me pasé trabajando en los amortiguadores todo un día –contó Dante en el pináculo de su carrera- Vino y me deshizo todo el trabajo. Lo eché con auto y todo, no pisó más el taller”. Herido, Falik comenzó a difamar a los Emiliozzi, acusándolos de “vulgares preparadores de Ford T” que no sabían “cómo preparar en serio motores más potentes”. Y los hermanos se amoscaron. Tanto, que salieron a comprar un coche de TC para prepararlo como creían se debía hacerlo y taparle la boca al difamador. Cuando Oscar Gálvez se enteró, años más tarde, quién había encendido la chispa, su reacción fue graciosa:

 

-¡ Uyyy! ¡Ruso desgraciado, por qué no se habrá callado la boca!

Un clásico de la ciudad: la Galera de los Emiliozzi. La Galera de los hermanos Emiliozzi en una de sus tantas llegadas triunfales de los 60 ante un multitudinario marco de público. Una época de esplendor para Olavarría en el Turismo Carretera.  



Una jugada que salió mal

Se corría la primera Vuelta de Monte de TC, el 17 de agosto de 1975. Héctor Luis Gradassi, el campeón, lideraba el torneo cuando recibió un pedido de José Miguel Herceg, el director de la escuadra oficial Ford. Como el Flaco Juan María Traverso, otro de los pilotos del equipo, sufría una racha de abandonos que lo traía desmoralizado, Herceg le sugirió a Gradassi que le tuviera contemplación. Concretamente: que lo dejara ganar si podía.

 

El plan se cumplía: sin traiciones mecánicas, el Flaco entró a la última vuelta como puntero. En aquellas carreras de ruta, la victoria dependía del tiempo empleado y no de la posición en el camino, así que no siempre se estaba seguro de la victoria cuando se cruzaba la meta, pero Traverso venía bien informado por el equipo.

 

Pero al paso por los boxes en esa última vuelta, Gradassi alcanzó al veloz Dodge de Antonio Lizeviche (el mismo que, seis años después, se mataría con Víctor Emilio Galíndez, ex campeón mundial de boxeo, como acompañante), al que un trompo lo había retrasado. El cordobés se chupó atrás y antes de la última curva alcanzó a pasarlo a Lizeviche.

 

Cuando Traverso dobló esa última curva, convencido de que, por fin, la victoria estaba asegurada, bajó la ventanilla de su auto para saludar al público. Detrás, Gradassi alcanzó a verlo cuando cruzaba la meta. Sabiendo que si estaba tan cerca como para verlo, algo había salido mal... El Flaco se bajó del coche sintiéndose en la gloria, felicitado y aplaudido, y no entendió la cara de velorio con que lo encaró Pirín.

 

- Uy, Flaco, me parece que me mandé una cagada...

- ¿Qué pasó?

- Perdoname, Flaco, pero creo que no ganaste vos.

¿Cómo? Efectivamente, con esa chupada atrás del Dodge, que lo hizo viajar más rápido, y los pocos segundos que perdió Traverso saludando a los hinchas, Gradassi había descontado, sin quererlo, la ventaja. Y acumulado otra a su favor. Cinco décimas de segundo.

Suficientes para ganar.

En succion: Los Falcons oficiales de Traverso y Gradassi viajan juntos a la Victoria en el circuito porteño de Buenos Aires

  

Por algo lo llamaban Mago

Mil anécdotas justifican que a Oreste Berta, el técnico más calificado y prestigioso de la historia del automovilismo argentino, lo apoden “el Mago”. Pero esas mil son tan conocidas que lo mejor es rescatar la número 1001.

A fines de los ’80, el motor del Renault 18 de rally de Gabriel Raies acusaba una falla que los mecánicos no podían curar. Satanás mandó a su hermano Juan Pablo con el auto a la Fortaleza de Alta Gracia, para ver si podían encontrarla.

JPR llegó una mañana a las 9 y explicó el problema. Los mecánicos de Berta se dieron manos a la obra, pero estaban intrigados. Al ratito pasó Oreste, yéndose para otro lado, sin prestarles mucha atención.
 
Volvió al rato. Un rato largo. Y los mecánicos seguían sin encontrar la falla, acelerando en vacío con un inefable ruido a falla motriz. Ya había pasado largamente la hora del almuerzo cuando el Mago, acaso disgustado por el incansable rumor a falla, se dejó ver nuevamente en el taller.
 
-A ver qué tiene... aceleralo –pidió. Escuchó, y automáticamente extendió la receta- Revisen el múltiple de admisión, porque estos modelos tienen una falla de fábrica, un orificio que no tendría que estar.
 
Los mecánicos pararon el motor, abrieron el capot, desarmaron el múltiple, lo revisaron y ¡voilá! Allí estaba el orificio. Lo rellenaron, volvieron a colocar el múltiple, y el motor, indudablemente por arte de magia, volvió a resoplar con plenitud...

A fondo

Gran Premio de TC de 1974, por la Mesopotamia. El equipo Ford reparte los auxilios para la etapa entre Posadas y Puerto Iguazú. Oscar Gálvez, uno más en el grupo, decide ir a ver la carrera a un badén, tan pronunciado que la hoja de ruta marcaba que había que frenar casi a cero para atravesarlo.

 

- Pero Oscar no se paró 200 o 300 metros antes del badén sino después, en la loma –cuenta Herceg-.

 

El Flaco Traverso venía a fondo y cuando divisó la silueta de Oscar creyó que todavía le faltaba para el badén.

 

- Pensé “hasta donde está Oscar, es a fondo” –corrobora Traverso- Seguí a fondo y me encontré con la sorpresa... Ahí tenía que haberse parado cuando pasara Marincovich, que corría con Chevrolet, no yo.

 

- El Flaco bajó como pudo, rompió la trompa y pasó de milagro –explica el preparador.

 

Después de la etapa, Gálvez lo hizo una confidencia a Herceg:

 

- ¡Este Flaco es un loco! ¡No sabés cómo venía, se mandó a fondo y todavía tuvo tiempo para saludarme con una mano! Pero rompió la trompa, anda un poco impetuoso, se puede lastimar...

 

¿Saludar? pensó Herceg, extrañado. Pronto tuvo la respuesta.

 

- Este Oscar es un... Casi me hace matar –le dijo, al ratito, Traverso- Cuando ví que tenía el badén encima, levanté el brazo para putearlo de arriba a abajo...

 

Cuando a Traverso se le hubo pasado la bronca, Oscar se acercó a contarle, con esa voz suya tan característica:

 

- En ese badén, los más rápidos fueron vos y Gradassi...

  

Traverso yendo detras de Gradassi para cruzar juntos el cruce vias




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